Inspirado por y dedicado a María Jesús, la hermana fallecida de la autora, este poemario está compuesto por treinta y dos poemas y un salmo, que representan, como señala Natalia Alemañy en el preámbulo, «los treinta y tres años que ella no llegó a cumplir» (pág. 9).

Se trata de un libro de duelo y, a la vez, de homenaje, pero tiene también como propósito, según lo explicita la autora en el epílogo, romper la «conspiración de silencio» (título de uno de los poemas) que existe en nuestra sociedad en torno a la enfermedad mental y el suicidio. María Jesús sufría trastorno bipolar y se suicidó (aunque no falleció instantáneamente, sino tras unas terribles semanas en el hospital), y contarlo sin ambages supone arremeter contra muchos tabúes.
Como dice Lola Alemany, nuestra sociedad «[s]olamente nos quiere felices» (pág. 56). Yo añadiría que también nos quiere saludables. La enfermedad, en efecto, está «mal vista»: se oculta, se desatiende, incluso se denigra y estigmatiza. Y, si esto es válido para la enfermedad física, lo es más aún para la enfermedad mental, porque ésta no se «ve», y precisamente a causa de su invisibilidad, se la asocia todavía a la peligrosidad y a la violencia (cuando la mayoría de las personas con enfermedades mentales sólo ejercen violencia contra sí mismas). De ahí que quienes la sufran vivan también con lo que Alemany denomina «autoestigma» (título de otro de los poemas), el cual contribuye a hacer la enfermedad doblemente dolorosa.
También el suicidio sigue siendo un tema tabú, pese a ser la principal causa de muerte no natural en nuestro país. De eso no se habla, porque se piensa ―erróneamente― que el hecho de hablarlo puede inducir a cometerlo. No se habla en los medios, no se habla a nivel político y gubernamental… pero tampoco entre amistades y familia… ¡ni siquiera entre psicoterapeutas y pacientes! Cuando alguien dice que le ronda la idea del suicidio, los y las interlocutoras (y hablo con conocimiento de causa) cambian de tema, como si de ese modo la idea desapareciera, cuando en realidad sería más fácil conjurarla mediante la discusión de los porqués (con lo cual no pretendo ni de lejos insinuar que dichas amistades o familias tengan responsabilidad alguna en lo sucedido; muy distinto es el caso del gremio psicoterapéutico, que sí debería contar con las herramientas ―y el interés― para abordarlo). Porque, como bien señala Alemany, «[l]as personas que se suicidan no quieren dejar de vivir» (pág. 56), sino sólo dejar de sufrir, vivir de otra manera. (Excluyo a las personas con enfermedades terminales, que sí quieren morir porque en su caso no hay alternativa: eligen una muerte digna porque no tienen opción a una vida digna.) Pero:
Esa palabra impensable
impronunciable
¡esa horrenda palabra!
Si se evita, no existen
interferencias. Circunloquios.
Lo que no se dice
no deja rastro.
Nunca pasó.
Borradlo de vuestras mentes,
no torturéis mis oídos
ni la imaginación.
«Palabra inconfesable», La vida inacabada (Valencia: Cuadranta,2021; pág. 38)
En este propósito de visibilizar y normalizar la enfermedad mental y el suicidio, y de transmitir los intensos sentimientos de culpa e incomprensión que este último deja en las personas allegadas «supervivientes«, reside el valor extrínseco de este poemario. Pero quiero hablar también de su valor intrínseco como poesía.
Los treinta y tres poemas (algunos en prosa) están dispuestos de manera aparentemente caótica, como caótico es el proceso de duelo tras la muerte de un ser querido y como caótico debía de ser el estado anímico de María Jesús antes de su suicidio. No siguen un hilo cronológico, sino que alternan, y mezclan, el dolor (un dolor tan atroz que sólo es decible a través de la poesía) y la añoranza tras su muerte, los recuerdos compartidos, las cosas que ella amaba (la bisutería, las especias, las plantas…), la angustia de las semanas en la UCI («Luces de juguete monitorizan / las constantes pendientes de un hilo» [pág. 28]), la incapacidad para comprender su vivencia de la enfermedad y su decisión final, la mayoría dirigidos a esa tú que ya no está («¿Por qué tan valiosa / te castigaste así?» [pág. 27]), pero también una profunda admiración por la persona alegre y vitalista que fue… Hay poemas escritos en un estilo directo y coloquial, poemas oníricos, poemas abiertamente surrealistas («Mañana es febrero»)…
Y, sin embargo, bajo ese aparente caos subyace una clara intencionalidad: la de ir desvelando poco a poco lo ocurrido a María Jesús. Así, en el poema VI, titulado «Efímera», la hablante dice:
Sin aviso, sin cielo, sin apenas tiempo,
me sobrecogiste con tu vuelo ingrato
que vivo y revivo
y maldigo
tu maltrato […].
(pág. 20)
Más adelante, en el XVI, «Vuelo rasante»:
Ella salta en un paracaídas […]
El paracaídas se enreda
en el ala de un helicóptero
y se posa con ligereza
sobre el capó de un un vehículo extranjero
con matrícula desconocida.
(pág. 33)
Y en el siguiente, «Diana terapéutica»:
Todo es perfecto
si no fuera por un cuerpo
tendido sobre el capó de un Austin Mini […].
(pág. 34)
El suceso se vuelve cada vez más explícito, hasta el brutal poema XX, «Pequeñas horas eternas»:
[…] un alarido atroz e inconfundible
en la acera, un cuerpo
extrañamente vencido
por el peso de la noche,
erosionadas sus entrañas
los conductos cerebrales reventados
por la insoportable presión
de la realidad inventada.
(pág. 37)
Y ya, por último, en el penúltimo poema, «Conspiración de silencio», la terrible palabra: «defenestrada» (pág. 51), esa palabra que, aunque ya la intuyamos (o la sepamos, como en mi caso), nos estremece, porque no estamos acostumbradas a utilizarla más que metafóricamente (en el sentido de «fue destituida de su cargo») o en referencia a hechos históricos antiguos.
En suma, un hermoso y tristísimo poemario que interpela a cualquiera que haya transitado un duelo y/o haya vivido de cerca (o en sí misma) la enfermedad mental y el suicidio, pero también, de paso, a todas aquellas personas que, sin haber sufrido esas situaciones, prefieren mirar hacia otro lado y unirse a la «conspiración de silencio».